lunes, 16 de enero de 2012

LAS COLINAS por Carlos Pellicer

LAS COLINAS

Dibujar las colinas
de un solo trazo,
aquietar las palabras y unirlas
debajo de los árboles;
ponerlas a pacer o esparcirlas
entre las huellas de todos los caminantes
de la dulce vereda que declina,
o comprar palabras nuevas
en las tiendas de colores con brisa,
en fin, salir a la puerta y en el aire,
sencillamente,
dibujar las colinas.
Sus viajes son tranquilos y pequeños.
Son viajes a tres tintas
a flor y fruto de senderos
por donde pasa el arco iris
sin paraguas. El azul que da el cielo
por ese lado,
juega algunas veces a ser verde.
Y hay un don de amistad en las colinas
desde mi casa, en los atardeceres.
Conversación.
- Nosotras estamos aquí siempre.
Nunca vamos a la ciudad.
Estamos convencidas de la belleza
del Ixtaccíhuatl y el Popocatépetl.
Cuando seamos grandes aprenderemos
también a patinar sobre la nieve.
- Pero si ustedes son más hermosas;
son la sonrisa
de mi caja de lápices. Ahora
mismo me lo decían
las palomas.
La opinión de las águilas
claro está que es muy otra.
Pero esos zopilotes estandartes...
Les envidio a ustedes la tarea
de recoger las estrellas
que quedan tiradas en la mañana.
- Sí; tenemos ya una colección bastante completa.
Dicen que las pagan muy bien en Groenlandia.

¡Dibujar las colinas!
Repartirles los ojos
y llevarles palabras finas.
Mojar largo el pincel; apartar la neblina
de las nueve de la mañana,
para que el vaso de agua campesina
se convierta en alegre limonada.

México, 1925.

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